El cantautor samario está listo para recibir el homenaje que le reconoce una obra dedicada al género.
Andrés Artuz Fernández

De la parte frontal de la megatarima instalada aquel jueves 13 de agosto de 2015 en la gramilla del estadio El Campín de Bogotá, brotaron corrientes verticales de humo que no permitieron, en ese momento, ver muy bien a cada uno de los integrantes de La Provincia mientras hacían una estruendosa fanfarria de cierre para El Rock de Mi Pueblo, tema que acababa de cantar Carlos Vives en compañía de Gusi, como parte de su último concierto de la gira Más Corazón Profundo, que compartió con varios de sus amigos.

 

El cantautor samario intentaba, en medio del frío nocturno de la capital, darles una orden a sus fieles escuderos, pero ni Mayte Montero, el tecladista Carlos Iván Medina, el bajista Luis Ángel Pastor, y mucho menos Egidio Cuadrado, pudieron entenderle.

Solo hasta que los instrumentos dejaron de escucharse y el hielo seco se disipó, pudieron percatarse de que lo que les pedía su voz líder era montar sobre el ritmo de We will rock you, de la legendaria Queen, el estribillo: “Viva el Va lle na to”.

Vives acababa de inventar el coro sobre la marcha mientras, con chaqueta y pantalones de cuero cantaba al lado de su juvenil amigo, hasta que el baterista Pablo Bernal entendió y comenzó a ejecutar el ritmo de ese himno del rock, y le ayudó al también actor en su idea de demostrar, ante más de 50 mil personas, que con el vallenato también se podía hacer rock, precisamente el que él siempre ha llamado como “de su pueblo”. “Vi va el va lle na to”, coreó al unísono El Campín.

Al conocerse, arrancando el segundo semestre de 2017, que el intérprete más famoso de la Gota Fría iba a ser el homenajeado en esta edición del Festival de la Leyenda Vallenata, muchos de los llamados puristas del folclor pusieron el grito en el cielo y poco o nada se analizó una obra musical que a lo largo de 25 años de trayectoria ha buscado siempre, como él mismo lo ha explicado, “ser internacional desde lo local”.

Recientemente, aunque la grabación estuvo guardada en los archivos de Sony, incluso puso a ‘vallenatiar’ a su compadre Sandro, como Vives se refiere al artista argentino que revolucionó en la década de los años 60, en un trabajo musical en el que, gracias a la tecnología, comparten micrófonos en la versión de Una muchacha y una guitarra.  En esa colaboración, el acordeón, la caja y la guacharaca predominan igual que en la versión de No tengo dinero que este adaptó con su banda para los conciertos que tuvo a la postre de la muerte de Juan Gabriel y que en 2017 cantó con Yuri en el Primera Fila de la mexicana.

Fue Clásicos de la Provincia (1993), ese álbum que casi por contentillo la organización Ardilla Lule le aceptó grabar para presionarlo a continuar haciendo telenovelas, debido al éxito que tuvo el proyecto Escalona, en homenaje al compositor Rafael Escalona, con el que Carlos Vives continuó por el camino de la música de Francisco El Hombre. Allí dejó plasmados 15 vallenatos de los más tradicionales de acuerdo a los conocedores del género, los cuales los jóvenes del momento, incluido el periodista que escribe este artículo, hicieron suyos al descubrirlos con un sonido diferente. Hoy es normal que los adolescentes de aquella época que no creían en su música y la ‘tropicalidad’ colombiana, hayan preferido desplazar de los primeros lugares de sus gustos a los artistas internacionales, e interesarse por querer saber quién había sido Juancho Polo, Valencia, Alejandro Durán o Emiliano Zuleta Baquero y Leandro Díaz, entre muchos otros.

 

Y es que Vives y quienes se le sumaban a su proyecto le apostaron a trabajar en la consolidación de un estilo diferente que se comenzó a ‘cocinar’ desde las lógicas de producción con las que fueron grabadas las canciones, pero siempre sin perder la esencia vallenata.

 

“Mucha gente relaciona ese disco, para mí el más importante de mi carrera, con cambios muy drásticos en la forma de hacer vallenato, y si tú lo escuchas de nuevo te das cuenta de que lo que cambió, en un principio, fue la forma en la que lo produjimos, porque lo moderno, llámese baterías o guitarras eléctricas, lo metimos de una forma muy tímida todavía”, explicó el cantautor en una entrevista.

 

De todos modos, tras haber lanzado esa exitosa producción musical, que se hizo con un presupuesto de 90 mil dólares y que se grabó entre Bogotá y Orlando, en Estados Unidos, muchas personalidades, de esas intocables, lo mandaron, incluso, a fusilar y le dijeron “que había dañado el vallenato”.

Eder Polo, guacharaquero fundador de La Provincia, quien acompaña a Vives desde las giras con la música de Escalona, recordó que es en ese primer álbum en el que se le hicieron unos peculiares arreglos a Alicia Adorada, una de las canciones insignias de Juancho Polo Valencia, el proyecto pareció extraño en un principio, aquel día en el que los conoció en el estudio de grabación de Sonolux.

Se trataba de una propuesta para ese son en regué, dado que tanto a Vives como al productor Eduardo de Narváez, les pareció que ese aire del vallenato encajaba muy bien con el género del que hacía parte Bob Marley.

 

“Tras una presentación en España con Carlos, una de las tantas que llegaron por cuenta del éxito de Escalona, fue él mismo (Vives) quien tomó la decisión de armar la banda. Un día, ya en Bogotá, en un ensayo veo que en vez de timbales hay batería y que Alfredo, ‘el Negro’ Rosado, quien hoy es cajero y tamborero de la banda, recibe una tambora dominicana. Me pareció raro, pero hoy siento que tocamos Alicia Dorada con el mismo sentimiento de cualquier juglar. Siempre he ponderado de Carlos (Vives) que es un tipo que estudia la música y que respeta el escenario y al público”, relató Polo, nacido en Riohacha, La Guajira.

En ese álbum debut, donde Vives utilizó el primer patrón de guitarras eléctricas aplicado a la cumbia, en este caso, en La Gota fría, y que tan solo en una semana y pese a las críticas ya había vendido cuatro millones de copias, se incluyen cortes vallenatos que el artistas no deja de incluir hoy en los repertorios que entrega en sus presentaciones a lo largo del mundo. La gota fría, Matilde Lina, La Hamaca grande, La celosa, el cantor de Fonseca (primera canción que se aprendió en guitarra siendo un niño) y la cañaguatera, entre otras.

 

Pero también hay que destacar que Vives también se la ha jugado al grabar canciones en aire de merengue, uno de los más olvidados por los cantantes tradicionales. Honda Herida, de Rafael Escalona, una de las preferidas de la desaparecida Consuelo Araujo Noguera, a quien dedicó uno de los pocos saludos que han quedado plasmados en sus discos, da fe de la sentencia de que Vives se interesó desde siempre en cuidar las raíces en medio de ese recorrido en búsqueda de su sonido propio y que le permitiera sentirse cómodo a la hora de cantar.

“Al principio de mi carrera me di a conocer grabando tres discos de baladas en Puerto Rico, porque era lo normal para un artista que era galán de telenovelas y fui tras eso creyendo que era lo natural para alguien como yo. Íbamos al estudio y grabábamos esas melodías todas aparentemente estilizadas y cuando el ingeniero decía corte comenzábamos a hablar de otra manera más cómoda. Fue cuando entendí que tenía que hacer música que pudiera cantar de la misma forma como hablábamos”. La anterior es una de las apreciaciones de Carlos Vives en el documental Acordions Kings, del canal de televisión Smithsonian y en el que se le hace un homenaje a la música vallenata y su festival más importante. Allí se le compara con una especie de Elvis, que encontró en sus folclores, especialmente en el vallenato, el camino para sustentar su propuesta musical.

Retomando el aire merengue, ese que según los que más saben de vallenato casi no se graba porque no es comercial, es uno de los que más le ha preocupado al ganador de dos gammys y 13 grammys latinos.  “Yo no sé, pero me pongo a componer y sin darme cuenta me voy para el merengue”, le dijo Vives a este periodista en la casa de un buen amigo del artista en Barranquilla, el 16 de abril de 2014, un día antes de fallecer Gabriel García Márquez. Allí, con orgullo y mucha modestia, compartió el master de Más Corazón Profundo, donde incluye El hijo del vallenato: otra de sus canciones estructuradas en merengue.

Fue la única canción de ese trabajo, ganador de un Grammy en febrero de 2015, que se grabó en Bogotá, apenas con caja, guacharaca y el acordeón del inconfundible Egidio Cuadrado y que se encarga de aportarle al folclor uno de los pocos merengues que se han grabado para competir en la industria.

Esa misma senda la siguió Carlos Vives con La Receta en El Amor de mi tierra, en 1999, merengue inédito con el que intenta demostrar que para hacer una canción con esas características se necesitaban de ciertos ingredientes: los instrumentos típicos del folclor vallenato “y una voz alegre que conserve la cadencia”.

Vives ha recorrido por lo ancho y lo largo del vallenato casi que sin proponérselo y motivado por pertenecer a una estirpe a la que respeta desde niño cuando vio a los juglares sentados amenizando parrandas en la casa de su familia en Santa Marta junto a su padre Luis Aurelio y los amigos del Dominó y su tío Rodrigo, quien estudiaba medicina en Villanueva y se codeaba con todos los grandes del género en aquellos tiempos en el que vivía silvestre.

Fue precisamente a esos encuentros y tertulias que Leandro Díaz le compuso, explícitamente, la canción La parrandita, que en 2009 Vives incluyera en Clásicos de la Provincia 2, también en aire de merengue.

Carlos Vives, sin darse cuenta o proponérselo, preservó desde sus inicios otro aire considerado poco comercial como lo es la puya, ese mismo que les sirve a los acordeoneros para pisar más fuerte en los festivales, por lo preciso y rápido que se debe ser en la digitación de ese instrumento de botones y fuelle. Por eso no dudó en dejar que su entrañable acordeonero, Egidio Cuadrado, con quien se ha mantenido contra viento y marea cantara y tocara dos puyas,  tanto en los trabajos Clásicos de la Provincia como en La tierra del Olvido, de 1995.

Pedazo de acordeón, de Alejandro Durán, es la que sorprende en el primer trabajo de Carlos Vives y la Provincia, con arreglos que recrean el ambiente de la plaza durante las rondas clasificatorias de los exponentes más virtuosos del arrugado instrumento.

Cuadrado, Rey Vallenato 1985, acompañado de Eder Polo en la guacharaca, de su ya fallecido hermano Heberth, en la caja y de Luis Ángel Pastor, en el bajo, se faja en La tierra del olvido con La puya puyá, donde, de nuevo, cada uno de los instrumentos típicos del vallenato, hacen un solo digno de aplauso

Como él mismo lo define, casi toda su propuesta cuenta con un dejo vallenato tradicional, desde La gota fría hasta la bicicleta, éxito mundial al lado de Shakira.

Por lo tanto, en ese radio de acción, es imposible olvidar la versión que le hizo a La Diosa Coronada, en el álbum La tierra del olvido, catalogada por varios de los que saben de ese género como una de las más hermosas que se han hecho. La canción, una de las más reconocidas de Leandro Díaz, fue grabada con instrumentos típicos, incluso con guitarras y tiples que remplazaron al acordeón, como en los comienzos del vallenato, con la industrialización lejos de comenzar a seducirlo. “Esa es la guitarra de teto (Ernesto Ocampo), un maestro en nuestra propuesta”, recordó Vives.

En esa misma línea, tampoco es posible no ponerle atención a La Cachucha Bacana, en los comienzos, o en las 15 canciones que incluyó en la segunda edición de los Clásicos de la Provincia, en 2009, entre ellos, El Pollo Vallenato, Si si si, Las mujeres, Confidencias y Sin ti, de Nafer Durán, que le recuerda sus años de infancia en la capital del Magdalena cuando su padre se la cantaba.

Y así es muy difícil dejar de hablar de La tierra de olvido, agua, Los buenos tiempos, Qué diera, Amores escondidos y Las malas lenguas, esta última de su trabajo Tengo Fe, de 1997, con la que Vives expresa quienes los criticaban que esa era su voz y forma de llevar el vallenato por el mundo.

En El amor de mi tierra, álbum editado en 1999, el aire de paseo hace parte de la columna vertebral del trabajo musical. Así se evidencia en la canción que le da el título al trabajo y que Vives hiciera con el compositor Martín Madera. Allí, durante la grabación en Miami, en Crescent Moon, los estudios de Emilio Estefan, se desarrolla 19 de noviembre, tema que muestra un coqueteo entre el vallenato y el porro, pero en Volver al Valle, se sustenta claramente la matriz musical a la que recurre para estructurar siempre su propuesta.

Esta será, sin duda una de las canciones que el samario no dejará de cantar en los homenajes que se están preparando y que hizo especialmente para la edición del festival de 1999, cuando fue homenajeado Emiliano Zuleta Baquero, creador de La Gota fría.

Y así transcurre la carrera de Carlos Vives, en medio de Vallenatos, muchos de ellos inéditos y de su autoría como Carito, que hizo con Egidio Cuadrado en Déjame entrar, en 2001, y en el que hacen referencia al amor de una profesora de inglés que según el acordeonero este conoció en Valledupar siendo un niño y de quien quedó enamorado. … “Creo que Egidio me engañó con esa historia”, ha dicho Vives riéndose.

Carlos Vives ha recibido muchos reconocimientos en distintos países, recientemente en Viña del Mar, en Chile, incluso en Los Ángeles, Estados Unidos, donde se conmemora su día cada 23 de octubre, por decreto del alcalde. Sin embargo, el que va a recibir en el Festival Vallenato es el que siempre soñó y nunca pensó recibir.

Desde ya se prepara la capital del Cesar para escuchar uno de los vallenatos más sentidos de Vives: El sombrero de Alejo, para el cual invitó a varios de los cantantes más reconocidos del género para hacer una versión especial.

Carlos Vives

Es una canción en aire de paseo que está incluida en Vives y que escribió con el guajiro Carlos Gardel Huertas, hijo del compositor Carlos Huertas (el cantor de Fonseca). En ella quiere dejar claro que nunca se ha olvidado del Vallenato, le declara su amor y reconoce que es un patrimonio que produce en cantidades intangibles y se fortalece entre más se abre y se cierra un acordeón. Vives compara su importancia con el sombrero que utilizó Alejandro Durán, sobre el cual se tejieron varios mitos.

 

Pero en las calles se escuchan sus cantos y contará la historia que el valle triunfo

El vallenato se volvió costumbre, se vistió de fiesta allá en el exterior

Y el valle está muy cerca de Fonseca, tierra del cantor”.

 

“Nunca he pretendido ser Jorge Oñate o ser folclor puro, pero creo que siempre he trabajado a partir de lo que siento propio. Es un homenaje que me hacen a mí pero en realidad yo se lo quiero hacer a todos los que hacen parte del género. Creo que es hora de sacar al mundo todo el arsenal vallenato”, concluyó.

Como lo dijo hace unos meses Rafael Araneda, presentador del Festival de Viña del mar, en Chile, donde Carlos Vives se hizo a dos Gaviotas, de plata y de oro, las cuales dedicó emocionado a Valledupar y a Riohacha: “Démosle un aplauso a un señor del Vallenato”.

 

 

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